"No hay nada mejor en el mundo que..."

Me encantan esas afirmaciones que comienzan con el "no hay nada mejor en el mundo que...". Evocan las expresiones de la infancia y, de la misma manera, la forma de ilusionarse de la niñez. Pues bien, "no hay nada mejor en el mundo que" concederse pequeños caprichos; íntimos, gratos. De esos que no cuestan demasiado dinero, pero que obran el instante mágico de placer y felicidad.

Es Amélie en su apartamento de Montmartre, jugueteando con su mano dentro del saco de lentejas, o rompiendo el caramelo de la crème brûlée con una cucharita. Es Vianne Rocher y su hija Anouk en Chocolat, llevando vientos de cambio al pueblo francés de Lansquenet-sur-Tannes. Una taza de cacao humeante, un bombón, una sonrisa... Gestos sencillos capaces de obrar cambios importantes. -"Nos encaramamos en los taburetes como si estuviéramos en un bar de Nueva York, cada una con su taza de chocolate, la de Anouk con crème chantilly y virutas. Yo me tomo la mía caliente y negra, más fuerte que un espresso. Cerramos lo ojos deleitándonos en la fragancia del aroma y entonces lo vemos. Van llegando: dos, tres, una docena, los rostros alegres, se sientan a nuestro lado, sus rostros duros e indiferentes se han dulcificado y lo que expresan ahora es simpatía, bienestar"-.


"No hay nada mejor en el mundo que": desayunar croissants recién hechos. Leer un buen libro con la lluvia de fondo. Tomarse una infusión en un día de invierno. Darte un baño caliente cuando regresas a casa y en la calle hace frío. Tomarse un café con un amigo. Reírse de buena gana. Tirarse toda una tarde viendo buen cine. Pasear por la orilla del mar. Escuchar el rumor de las olas. Detenerse en los sabores de una copa de vino. Emocionarte con tu canción favorita. Soñar con proyectos nuevos. Acariciar a tu perro y hablarle mirándole a los ojos como si entendiera cada una de tus palabras. Correr hasta echar fuera todos tus agobios. Besar a tu abuela intentando atrapar el momento para que nunca se vaya. Achuchar a tu hijo y comprobar cómo va creciendo. Deleitarse escuchando una historia. Cocinar un plato nuevo para quienes te quieren. Cantar a grito pelado mientras conduces. Detenerte en una confitería a tomar tu pastel preferido. Escribir tus pensamientos... La lista es interminable.

Es la filosofía del tiempo que se detiene, el que transcurre lento, al margen del torbellino cotidiano y del ansia por tener. Estoy convencida de que cuando hacemos el esfuerzo y aminoramos la marcha, algo cambia y lo hace para bien.-“Amélie tiene de repente la extraña sensación de estar en total armonía consigo misma, en ese instante todo es perfecto, la suavidad de la luz, el ligero perfume del aire, el pausado rumor de la ciudad. Inspira profundamente y la vida ahora le parece tan sencilla y transparente que un arrebato de amor, parecido a un deseo de ayudar a toda la humanidad la empapa de golpe”-. 

Desenrosco mi bote; es un modesto frasco de mermelada. Quizá no es casual que naciera para acoger algo tan dulce. El caso es que en él, a comienzo de año, alojo mis propósitos y mis proyectos. Este más que nunca va a ser, de cuando en cuando, intentar parar el tiempo y decirme muchas veces "no hay nada mejor en el mundo que...".


Te invito a elegir en tu alacena uno de sus frascos vacíos. Después, confiésale todas tus ilusiones. Cuando acabe 2016, comprueba si las has cumplido. Pero, recuerda, el secreto es encontrar la satisfacción en las pequeñas cosas, sin duda, son las más importantes de la vida.

"No hay nada mejor en el mundo que..."      

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