"Conectando los puntos" de Steve Jobs

Hace cinco años -sin ni siquiera ser consciente de ello- comencé a "conectar mis puntos". Es curioso, puede hacerse, incluso, a una edad en la que ya pensabas que lo estaban hacía tiempo o, al menos, que deberían estarlo. Sentada en un aula de la Universidad de Cantabria, escucho un discurso de Steve Jobs; probablemente, uno de los más famosos, el que ofreció en la Universidad de Stanford. En él relata cómo tuvo que abandonar la universidad y qué le empujó a realizar un curso de caligrafía que, más tarde, sería fundamental para el desarrollo de la tipografía de Macintosh. -"Si nunca hubiera decidido dejarlo todo, nunca hubiera entrado a aquella clase de caligrafía y los ordenadores personales no tendrían la maravillosa tipografía que poseen (...) Tendrán que confiar en que los puntos se conectarán alguna vez en el futuro. Tienes que confiar en tu instinto, en el destino, en el karma, en lo que sea (...) Esta forma de actuar nunca me ha dejado tirado y ha marcado la diferencia en mi vida"-.

Jobs dispara en quince minutos, muy a la americana, un rosario de 'tips' que bien pudieran haber salido de la boca de Nietzsche, Kierkegaard o algún filósofo existencialista. La vida mana a borbotones de sus palabras y a mi me choca ese planteamiento desordenado de una existencia que se va ordenando ella sola por efecto de no se sabe qué casualidades extraordinarias. Y aún me sorprende más que lo dijera uno de los hombres con más éxito profesional del planeta. Me pregunto entonces si no tendría razón y empiezo a tener fe en una afirmación que contradice buena parte de lo que yo he practicado hasta ese momento. Me agarro a ella como un naufrago a una balsa a la deriva. Compruebo que Steve Jobs sucumbió y resurgió a golpe de pálpito, esfuerzo y autenticidad.
Perder el trabajo, diluir un sueño, salir despedido hacia la otra esquina es algo hoy tan real, frecuente y perturbador como catárquico. Reiventarse, reiventarse, reiventarse, reiventarse; se insiste en ello de forma machacona. Pues bien, por arte de magia, encuentro a mi Jobs en un pueblecito de 264 habitantes. Él hace realidad esa angustiosa letanía que se repite a quienes se sienten parias en medio de esta crisis.

Se llama, pongamos, Alberto. Tiene cuarenta y cinco años. Es homosexual. Este último dato, tan íntimo y que a mí  me importa tan poco, es significativo sólo porque condiciona lo que ha sido su vida: un sentirse observado, un salvar prejuicios, un conquistar corazones, más allá de sus modos y maneras, que dejan entrever, claramente, su condición sexual.
Cuando lo conocí llevaba lentillas de gato: gris-azuladas, casi blancas, con una franja vertical que partía la pupila en dos. Es fácil imaginar mi susto contenido. Traté de disimular la impresión que me causó ver un humano transformado en felino en plena noche. Pero en el fondo me agradó. Me satisfizo comprobar su valentía para salir al mundo a cara descubierta. De eso han pasado quince años. Ya se ha desenfundando las lentillas y su gusto por la ropa llamativa, pero conserva, para su fortuna y la de quienes lo rodean, esa naturalidad entrañable desprovista de maldad. Una humanidad, más allá de prejuicios que es la que le ha permitido "conectar los puntos".

Ring, ring. -¿Sí?- Contesto... -¿Sí?- .... Silencio.
Silencio largo. Después, conversación escueta; cargada de fingido optimismo por su parte y bienintencionados ánimos por la mía.-Me han echado del trabajo-.
Le habían echado después de toda una vida laboral dedicado a revisar coches, piezas, componentes. A integrarse con éxito en un ambiente fabril, manual y masculino en el que hacía lo que podía por sacar a flote su semblante más humano.

Ring, ring. -¿Sí?- Contesto. ¡Hola! ¿Cómo estás? ¿Tomamos algo?
Risas, abrazos y un cálculo aproximado del tiempo que llevamos sin vernos. -Tres años. Sí, sí. Hace, por lo menos, tres años que no nos vemos-.

En esos tres años le ha dado tiempo de sacarse el título de auxiliar de enfermería. Está haciendo prácticas y a la espera de un más que probable trabajo. -Estoy feliz. Disfruto mucho con los abuelos. Tengo un contacto con las personas que me permite ser más yo-.

Es entonces cuando veo que sus puntos comienzan a conectar. Cómo la adversidad lo ha llevado, caprichosa, a un rincón de su propia vida en el que está más a gusto y se reencuentra con él mismo. Me pregunto, en ese momento, si no soy yo también una pequeña Jobs. Con este blog, en el que he desembocado con mi pasión de la infancia: escribir; y recuerdo lo que alguien me dijo una vez: "somos quienes fuimos en el patio del colegio".

Este post se lo dedico a quienes han sido expulsados hacia la otra esquina de su existencia y que, por el momento, sólo por el momento, ven complicado cómo conectar sus puntos.

Os deseo un 2016 lleno de intuiciones, confianza y puntos que se vayan conectando en vuestro horizonte.

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