Reflexiones en la Calzada Romana

Salomón viste camisa de cuadros y se apoya sobre una ahijada. Tiene la cara morena y los ojos vivarachos de un niño pequeño. Salomón podría ser mi abuelo o cualquier otro de los que viven en los pueblos de Cantabria. Hoy me he encontrado dos salomones y un Gonzalo en mi ruta por Pesquera. Dos abuelos y un lugareño con las manecillas del reloj paradas y dispuestos a compartir su tiempo y sus recuerdos a cambio de un simple hola y una sonrisa franca.
 
Hace un par de semanas estuve por motivos de trabajo en Madrid. Justo siete días después, en la Ruta de los Puentes en Ucieda. Entonces, igual que hoy, en Pesquera, recorriendo la Calzada Romana que lo une con Bárcena de Pie de Concha, me sacudió la frase de alguien que -después de estar un mes de vacaciones en Cantabria- a su regreso a la capital, dijo: "de vuelta a la civilización".
 
¡De vuelta a la civilización! Esa frase me obsesiona, y no he podido dejar de pensar en ella.
 
En medio de los árboles, abandonada a sus murmullos y al ingenio de sus formas; con la cámara, intentando robarle alguno de sus rincones para, luego, en casa, recrearme como una voyeur, me fascina lo perfecto que es todo. No puedo evitar pensar que si civilización es progreso, el progreso encuentra su lógica en la naturaleza; en sus formas, en la ergonomía y la dinámica de sus animales, en las propiedades de sus plantas. Y me admira comprobar lo que este entorno hace conmigo: por cuatro, cinco horas, me quedo a solas, aunque lleve otros andarines a mi lado. El bosque me inspira, me relaja y hace que mi pensamiento germine más creativo. Lo comparo con mi estancia en Madrid. Imagino la ciudad desnuda. Como si los edificios -sin paredes ni ventanas- amontonaran, piso sobre piso, vidas enjauladas. Micro-mundos de relaciones humanas en las que el otro pasa a tu lado como un fantasma. Nada es y nada llama la atención, a menos que se exacerbe.
 
Hoy encontré a mi primer Salomón en Bárcena de Pie de Concha. "Perdone -le dije- Queremos hacer una ruta que hemos visto en Internet y que empieza en Somaconcha". "Internet, Internet... A tomar por culo con Internet". No supe qué pensar. Malas pulgas tiene éste. Sin embargo, enseguida cambié de impresión. Salomón se conocía al dedillo la Calzada Romana, las pistas y el bosque de Montabliz por donde íbamos a comenzar a caminar. Lo que pasa es que en el mundo de Salomón, Internet no es civilización ni progreso. Háblame en román paladino, carajo; pareció decirme. Y el tosco hombre de pueblo, en cinco minutos, se convirtió en guía y en una buena charla. Me recordó a mi abuelo y, reconozco que, hasta por ello, me hizo dudar de sus intenciones. Cuando yo era cría, cuando un despistado paraba en casa a preguntar por dónde se cogía de nuevo la carretera para ir a Santander, él les mandaba en dirección al monte. Una pequeña travesura que a mi hermano y a mi nos procuraba no pocas risas cuando veíamos, después de un rato, al pobre incauto, desandar el camino hecho.
 
Mi segundo Salomón, éste sí que se llamaba así, es el de la camisa de cuadros, la ahijada y los ojos vivos como el sol más ardiente. Me lo encontré en Pesquera, al lado de la fuente, charlando con un muchacho que recogía agua en una más que usada garrafa. "¿Sabe usted por donde se va a Somaconcha?" "Sí mujer sí. Coges esta carretera todo a derecho, hasta arriba. Cuando yo era mozo íbamos por ahí al pueblo de al lado, y en marzo, que era la fiesta, nos invitaban a tomar café. Éramos como hermanos. Aunque, no creas, a veces también había sus más y sus menos. Ya sabes, cosas de mozos, pues que a dos les convenía la misma". Y al decir esto Salomón sonreía como si la escaramuza la hubiera vivido la misma noche antes.
 
Ascendimos hasta Somaconcha para aparcar junto a la iglesia y comenzar desde ahí el recorrido hasta el bosque de Montabliz, descender hasta la estación de tren, enfilar luego la Calzada Romana y retornar a Somoconcha. Catorce kilómetros que nos supieron a gloria. Pues bien, en el comienzo del recorrido coincidimos con Gonzalo. Hicimos con él apenas medio kilómetro de trayecto, hasta que llegó al 'prao' donde tenía las vacas. Y, de nuevo, nos sucedió algo que sólo pasa en esos lugares donde las personas se detienen a conocer al otro. "Mira -me dice uno de mis acompañantes- desde aquí se ve Bostronizo". "Anda, uno de Bostronizo conozco yo -dice Gonzalo-. Mi padre le compró unas ovejas. El Diablo." "Sí hombre sí -responde el otro-. Yo soy de Bostronizo. El Diablo, cómo no le voy a conocer. Ese es internacional". Y tan internacional debe ser el paisano que estoy deseando organizar una excursión para conocerlo y poder contároslo.
 
Por todo esto os digo, que poco veo yo de civilización en las grandes ciudades aparte de posibilidades laborales (eso sí), espectáculos, restaurantes y tiendas de toda índole que -dicho sea de paso- son sólo accesibles si, como decía Carlos Goñi, tienes el maldito dorado.
 
Así que me quedo con mis Salomones, mi Gonzalo, mis bosques y sus secretos. Algo que esta tierra nuestra derrocha manirrota. Y me reafirmo en mi idea de que Civilización no es un concepto ligado -necesariamente- a la ciudad.
 
 
Monte de Montabliz
 
Para algunos de nosotros este tronco parecía una fiera, tal vez un horrendo lobo, con otro animal a lomos. Hay quién vio una fiera atravesando a una mujer.
 
 
Sin duda, la naturaleza es la más perfecta diseñadora.
 
 
Al adentrarte en la Calzada Romana, si cierras los ojos, puedes retroceder más de 2000 años para imaginarte a las legiones transitando esos caminos empedrados.
 
 
En el pueblo semi-abandonado de Somaconcha.
 
 
 



 


 


 
 
 
 
 
 
 
 
 

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares