La bicicleta de Manolo y su red de Economía Colaborativa

La bicicleta de Manolo es lo más parecido que he conocido a lo que llaman 'Economía Colaborativa' y que está tan de moda en la red. Ni crowdfunding, ni plataformas como Uber.com -que conecta pasajeros con conductores- o como la holandesa Shareyourmeal que propone que compartamos nuestra comida. Manolo y su bicicleta son el ejemplo palpable de lo que sesudos economistas han definido en letras de oro: el capitalismo sin control ha dejado a mucha gente desilusionada. Personas que buscan nuevos caminos que den sentido a sus vidas
 
Sin embargo, Manolo no sabe de Web 2.0, Smartphones, redes sociales o plataformas. Tampoco de 'Economía Colaborativa', al menos, de la teoría; de la práctica es todo un experto. Este sistema permite acceder a bienes y servicios que de otra forma no se podrían disfrutar. Es una manera de combatir la desigualdad y la crisis financiera, sin embargo, para él es una manera de subsistir.
 
Me gusta contar cómo conozco a las personas, tal vez, porque eso demuestra que conseguirlo es sencillo: sólo tienes que ofrecer tus oídos, tu tiempo y una sonrisa. La gente es generosa, te lo devuelve compartiendo su historia. Hubo una época en la que me parecía que sólo con decir: "Hola, me llamo Montse Ferreras y soy de la cadena tal" tenía la llave de mil puertas, y reconozco que me fascinaba. Pero, por fortuna, hay muchas historias que se cruzan cada día y no tienen cerrojo. Son las más interesantes.
 
 
Vi a Manolo mientras iba conduciendo. Desde la lejanía me pareció un peregrino de Santiago con sus alforjas colgando. Enseguida me fijé en el espejo retrovisor de su bici. "¡Qué ingenioso!", es lo primero que pensé, "¿por qué no harán más bicicletas como esa?". Pero estaba claro que aquella no era una Canyon o una Cube. Lo adelanté perpleja, sin quitarle ojo. Di vuelta más adelante y esperé a que pasara. Saqué el móvil. No pude evitarlo. Primera foto. Con menos cuidado -los bajos de mi coche son testigos- volví a dar vuelta cuando me adelantó y, de nuevo, a retratarlo. El destino -imprevisto y fascinante- hizo que unos minutos después paráramos en la misma casa. Pensé que quería amonestarme por robarle una instantánea. Él me recibió con una sonrisa amable mientras yo revisaba mi vehículo: "Qué ¿le has dado un golpe?".
 
Pude comprobar que la bicicleta de Manolo no era nueva ni sofisticada, pero sí, muy imaginativa; estaba plagada de añadidos caseros de material reciclado. Los había ido adosando como se amuebla una casa: según sus necesidades. El espejo retrovisor extensible, el portalámparas ajustado al cestillo delantero, el guardabarros hecho con un neumático, el compartimento del cuadro de la bici en el que -agarrado con una cubierta en desuso- llevaba enseres personales, y el cesto en el que transportaba comida suficiente para pasar el día. 
 
 
Si no fuera por lo que descubrí después, hasta aquí podría pensarse que tan sólo se trata de un tipo extravagante.
 
Manolo tiene coche, pero lo deja aparcado en casa. Incluso, en días como el que nos conocimos, que amenazaba lluvia. Tiene una bici reciclada y una huerta que no es suya. Bueno, en realidad, el terreno no lo es, pero lo trabaja, como muchas de las cosas que consigue; que las trueca.
 
Llegaba a la casa en la que nos encontramos a dejar una bolsa repleta de pan duro. Un gesto que me dio la impresión de cotidiano. Los dos hombres no mediaron palabra; tan sólo un buenos días y varias sonrisas cruzadas. Su interlocutor apenas levantó la mirada de la labor. Es la práctica habitual de Manolo. Cambia lo que tiene por lo que puedan ofrecerle. El día anterior, Andrés le había transportado en su remolque un toldo. En agradecimiento, le llevaba aquellos mendrugos para los perros. El pan lo había conseguido en una panadería a la que, de vez en cuando, lleva algún producto de su huerta. Y la huerta le da para completar su exigua pensión y, al mismo tiempo, para practicar esa 'Economía Colaborativa' de la que ahora tanto se habla.
 
Manolo comparte sus tomates, sus lechugas, sus patatas. Todo lo que sale de un huerto bien nutrido. A cambio la gente le ofrece lo que tiene: unos, chocolate, otros, pan, otros, su remolque... Y así, el sólo, sin motivos macroeconómicos ni grandes aspiraciones, construye una red solidaria que le provee de lo que necesita y le granjea amistades allá por donde pasa. 
 
 
 
Manolo me ha hecho reflexionar acerca de lo que siempre me dice mi padre, lo que veo reflejado en él y tanto admiro: la vuelta a lo natural, a lo auténtico, a la esencia sin ambages. Y realmente creo que sólo en nuestra propia piel, cuando no necesitamos de adornos, es cuando somos en verdad felices.
 
 
 
 
 

Comentarios

  1. Esperando ya el siguiente post...

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias amigo. Eres muy generoso. Seguiré atenta a ver qué o quién me encuentro por el camino. Un beso.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares