"Aquí lo tienes, Rafael, el más autóctono de San Martín de Trevejo"

Alguna vez me habló alguien del verdor de la tierra extremeña y de la luz de sus pueblos. Recuerdo que en aquella ocasión -hace ya años- no pude menos que reírme para mis adentros echando mano de mis argumentos más mezquinos: ¿a quién se le ocurre hablarle a una cántabra de paisajes verdes y pueblos con encanto? El tiempo -siempre hábil consejero- le dio la razón a mi interlocutora.

Me ha pasado con Extremadura, lo mismo que en su día con Galicia y Baleares. Se me han colado tan adentro, que no puedo dejar pasar mucho tiempo sin ir a darles un beso y un abrazo; a decirles un ¿qué tal estás? ¿Qué hay de nuevo?

Se me han colado sus paisajes, su gastronomía, sus gentes... tan diversas y espléndidas que me animan a hurgar en cada uno de los rincones de nuestro país. Porque en España la variedad es tan variada que es una de nuestras mayores riquezas.

En esta ocasión ha sido San Martín de Trevejo. Es un pueblo pequeño, arropado por bosques de castaños, en un valle de la Sierra de Gata, a los pies del monte Jálaba. Es sereno, ostentosamente sencillo, diría yo. Con calles empinadas, piso empedrado y casas espléndidamente conservadas, de piedra y adobe. En sus huertos conviven los olivos con algún naranjo despistado de los que se pueden ver a cientos en el vecino pueblo de Acebo. San Martín de Trevejo desprende el mismo aire bonachón que sus gentes y la misma alegría cantarina que los arroyuelos que recorren sus calles trasportando el agua que se utilizará para el regadío. Lugar de cruce de pueblos: limita con Salamanca y Portugal y se precia de una lengua propia que se puede escuchar en boca de los lugareños: "la nuestra fala".


En San Martín conocí a Marian y a Rita, ya os lo he contado, pero en San Martín también conocí a Rafael... Si a mi me dijeran que lo han transportado en una máquina del tiempo desde los años 60 o 70 del siglo pasado, incluso antes, hasta nuestros días, me lo creería.

Lo conocí mientras paseaba por las huertas del pueblo. Un olivo tuvo la culpa. Me colé en un terrenito a fotografiarlo y a pedirle permiso para olerlo y tocarlo. "¿Eres de los de Mejías?". Me giré al instante, desconcertada, dudando de si me habían preguntado a mí; creyendo que me había metido en un lío por allanar la propiedad privada. Pronto me di cuenta de que en aquel pueblo todo era de todos y, muy especialmente, el tiempo de conversación.


Vi una cara ajada por el sol. La ropa corría la misma suerte. Los dientes dejaron salir una sonrisa intermitente. Llevaba a la espalda un coloño de leña. Lo mismo que hacía, según me contaba, mi abuela Leo de niña; recoger ramas en los bosques para alimentar el fuego del hogar. Enseguida me di cuenta de que los Mejías habían sido sólo una excusa para entablar conversación. Y en un 'pis pas' que duró media hora, Rafael me contó de su vida como pastor, de su estancia en la mili -probablemente, la única fuera de San Martín de Trevejo-, y me contó de los jóvenes del pueblo.


"Ay de tiempos pasados". "La gente de ahora no quiere el campo, pero tampoco deja la casa". La cabeza de Rafael -mucho más lustrosa que sus desgastadas ropas- no entiende cómo "los jóvenes de ahora se dedican a no hacer nada". No comprende una vida sin objetivos o, más bien, sin trabajo. Y quién lo hace, Rafael.

Rafael es -como me dijo otro vecino al pasar- lo más autóctono que tiene San Martín de Trevejo: afable, tranquilo, sencillo, austero, dispuesto a la charla y a los rigores de las labores del campo, pero, sobre todo, instalado, férreamente sujeto, a otros tiempos.

Rafael me hizo pensar en las diferentes realidades que conviven en San Martín de Trevejo. Un mismo entorno en el que pasado y presente se dan la mano. Y me hizo pensar, una vez más, acerca de la inteligencia natural de las personas: cuántas preguntas se hace el bueno de Rafael.

Os dejo las fotos que le hice, me avergüenza un poco decir que son medio robadas. Medio, porque se le ve a medias; no quería él mostrarse con su humilde atuendo "que ahora con los teléfonos te ve cualquiera". Pues sí, Rafael, te ve cualquiera que sea capaz de traspasar la envoltura de la apariencia.



No hace falta que os lo diga, la comunidad: Extremadura, la zona: la Sierra de Gata y el pueblo: San Martín de Trevejo, muy recomendables. Yo, por mi parte, continuaré hurgando...

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares